A veces, cuando entro a las casas de mis pacientes mayores, lo primero que escucho es: “¡Ahí viene el ATS!“. No importa cuántas veces explique que ya no se nos llama así, que ahora somos “enfermeros“, para las abuelitas siempre seré el “ATS“. Y no las culpo. He vivido en carne propia la evolución de nuestra profesión, y hasta para mí, a veces, es difícil no volver atrás y recordar todas esas transiciones por las que hemos pasado.
Mi nombre es Francisco, y llevo más de 30 años trabajando como enfermero. Recuerdo cuando empecé a estudiar, allá por los años 90, la carrera todavía era conocida por muchos como “Ayudante Técnico Sanitario” o simplemente “ATS”. Un título que ya venía de décadas atrás, y que, para muchos, simbolizaba una versión de la enfermería más técnica y subordinada al médico. En aquellos años, éramos el personal de apoyo, los que hacíamos lo que el médico indicaba, pero nuestra voz, en muchos casos, no tenía la relevancia que hoy se nos da.
La transición a “diplomados en enfermería” fue un paso importante. En los años 80, la profesión se reformó para ser más independiente, más científica y, sobre todo, más respetada. Nos convertimos en profesionales de la salud con capacidad para tomar decisiones clínicas, gestionar cuidados y, en muchos casos, ser el primer contacto del paciente con el sistema sanitario. Pero el nombre “ATS” seguía, especialmente entre los mayores.
Hace unos años, cuando la carrera pasó a ser un grado universitario y empezamos a hablar de “graduados en enfermería”, muchos compañeros y yo bromeábamos sobre cómo con cada cambio de nombre parecía que teníamos que reinventarnos. Pero la verdad es que esa evolución ha sido constante y, en muchos sentidos, ha fortalecido nuestra profesión. Ya no somos simples técnicos que ejecutan órdenes, somos profesionales con conocimientos y competencias que van más allá de aplicar inyecciones o cambiar vendas.
Aun así, el nombre “ATS” persiste en la memoria de las generaciones más mayores. Lo que para algunos es un simple cambio de nomenclatura, para otros, como las entrañables abuelitas a las que atiendo, sigue siendo un término de cariño y respeto. El “ATS” de su juventud era esa figura que cuidaba de ellos en el hospital, y en muchos casos, quien les brindaba consuelo y compañía en momentos de enfermedad. Para ellas, no importa cuántos títulos acumulemos o cómo evolucione nuestra carrera; siempre seremos el “ATS” que les recuerda aquellos años.
Y aunque pueda parecer una anécdota curiosa, para mí es una lección. Los títulos y las denominaciones cambian, pero lo que nunca cambia es el vínculo que establecemos con nuestros pacientes. Esa confianza, esa relación de cuidado y respeto, es lo que verdaderamente define nuestra profesión. Podemos llamarnos “ATS”, “diplomados”, “graduados”, o incluso “especialistas”, pero al final, somos enfermeros, cuidadores y, en muchos casos, la mano amiga en los momentos más difíciles de la vida.
Cada vez que una abuelita me llama “ATS“, sonrío, no por nostalgia, sino porque me recuerda la esencia de lo que soy: un enfermero que, a lo largo de las décadas, ha aprendido que lo más importante no es el título, sino la vocación de cuidar. Y eso, afortunadamente, no ha cambiado nunca.
Francisco Caño. Coordinador de enfermería a domicilio en Málaga.


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